hoy me ha visto una silla. blanca, plástica, la de siempre. la de eventos y momentos de cierto calibre: sillas de blanco plástico al lado de piscinas, en ranchos comunales, en salones alquilados.

no me siento particularmente cómoda sobre blancas sillas plásticas. no recuerdo jamás haberme olvidado de mí misma sentada o cerca de una silla de plástico blanco. pero siempre han estado: en mi infancia, en quinceaños, en fiestas de extraños.

las blancas sillas plásticas si fueran personas serían las ignoradas, o las no valoradas y desde ahí maltratadas. no sé, tal vez exagero. si las sillas de blancos plásticos fueran animales, serían los que matamos sin pensarlo. o mejor insectos, porque no creo que sea tan común matar animales con las mismas manos con las que movemos sillas blancas de color plástico. las hormigas que aplastamos como si en ellas no hubiese vida, las cucarachas, los abejones. ni siquiera, porque las plásticas sillas blancas no son una amenaza. las sillas de blancos plásticos no requieren agradecimiento, ni existe obligación de apreciarlas. son feas. feas, indiferentes y demasiado livianas. tampoco son tan cómodas. la silla plástica blanca es a corto plazo. rara vez se utiliza con la intención de conquistar, persuadir o negociar. ocurre, sí, la conquista, el negocio, la persuasión, pero no es gracias a la silla de plástico blanco.

si hace calor son pegajosas, si pega el sol se calientan. duraderas, no lo niego. justifica su abundancia. porque las sillas blancas plásticas son prácticas y lo práctico existe en una categoría distinta.

¿cómo y por qué tratamos a las sillas plásticas blancas? ¿se puede tratar mal a un objeto?  ¿me puede un objeto tratar mal?

cuando me ha visto, hoy, ahí sentada, porque las sillas de blancos plásticos se sientan sobre sí mismas; las sillas plásticas de blanco ni te esperan ni te necesitan, están echadas consigo mismas, descansando plácidamente sobre su propio respaldar; estaba así cuando me vio: cómoda, tirada hacia atrás, recibiendo sol en una esquina, encajando perfecta y hermosamente con su entorno de columnas blancas, techo blanco, canoas blancas, baldosas blancas; cuando me ha visto así es que he reconocido por primera vez su familiaridad, esa silla plástica y blanca siempre ha estado por ahí para mí, para ti: hoy por ti, mañana por mí.

el artista que pintó la imagen que aparece al final de este texto dice que hace tiempo no se sienta en una silla de plástico blanco, estuvieron muy presentes en su vida y después ya no. yo tampoco me siento hace tiempo en una silla blanca de plástico. no poseo ni una memoria específica de una plástica y blanca silla, salvo esta que estoy fijando en mi memoria por medio de esto.

¿tiene mérito ser en vida, o en utilidad, así de olvidable?

una vez tuve dos sillas plásticas, pero eran color beige. me estorbaban por frías, por livianas, por el sonido que hacían cuando las movía, por como automáticamente afeaban mi mesa de madera, mi alfombra, mi yo.

cuando me harté de sentirme fea las regalé a mi hermano. tiempo después se las pedí prestadas para una ocasión de cierto calibre y me contó que esas sillas, junto con unas plásticas blancas sillas, se habían ido hace rato.

¿qué es lo que ocurre con las sillas plásticas blancas?

¿adónde se van las sillas blancas de plástico?

pienso en la canción de tom waits: what’s he building in there? what the hell is he building in there? una y otra vez, y sonidos extraños, y suspenso y terror, y nada, no está pasando nada: una simple blanca plástica silla que ha cobrado vida.